Yo lo tenía claro.
—Lo primero son las personas —me dije cuando promocioné de empleo.
La gente debe estar a gusto trabajando, seré flexible, empático y cordial (cualidades por otro lado que no me resultaban extrañas ya que son algunas de mis preferidas, las que más he utilizado en la vida para defenderme de las amenazas externas).
Estoy seguro de que funcionará —me repetía internamente— si me porto bien con los demás, los demás se portarán bien conmigo.
Al estar mi foco puesto en el bienestar de la gente que trabajaba conmigo, fui desestabilizando el resto, yo daba, pero no recibía, había buen ambiente sí, pero la productividad no es que fuera del otro mundo y sin embargo, yo me cargaba de faena y más faena.
¿Consecuencia? Estrés y fracaso. Lógico.
Me repuse de la única manera posible, lamiendo mis heridas junto a los míos, cual animal que fue atacado y necesita recobrar fuerzas y recuperarse, aunque en este caso no fue un ataque como tal, me asomé a un barranco y un pseudoprofesional me terminó de empujar psicológicamente.
¿La culpa fue suya? No. Fue mía por asomarme.
No sé que animal es vuestro preferido pero el mío ha sido siempre el guepardo. Quizá en el fondo yo era un poco guepardo, quería conseguir mi objetivo corriendo muy rápido pero cuando desfallecía en el sprint, el objetivo se alejaba, y yo me quedaba esperando un nuevo objetivo, sin analizar las causas de que un sprint motivador no siempre es efectivo para lograr un logro estable (más bien casi nunca).
En fin, lo que no mata, engorda, y tras el descanso mental, lo que engordó poco a poco fue mi autoestima que la pobre se había quedado muy flaquita, debajo de una bondad defensiva. En el fondo no me daba cuenta de que esa compulsión por generar buen ambiente a toda costa, destruía la confianza de los que esperaban que fuera también un líder y no solo un colega.
Y además había que calmar al guepardo.
En esa época solo sabía manejar el escudo y en mi siguiente etapa aprendí a manejar también la espada y vaya que si aprendí.
Me formé, leí y estudié sin descanso y me apoyé en el conocimiento y visión que me dieron la psicología, el análisis de la personalidad y el coaching. Con estos argumentos, fui aprendiendo, no solo el arte de defender y evitar, si no el de lanzar la espada con destreza y habilidad.
Aprendí a expresar mis necesidades y a dirigir con confianza y firmeza. Eso me llevó hacia el otro extremo de la goma elástica, esa que se libera al haber estado tensa (desequilibrio negativo) y que cuando la sueltas, se va hacia el otro extremo, en este caso, hacia mi desequilibrio positivo. Del miedo a la victoria.
El ansia de logros y ver que iban llegando, era como darle a un tiburón un poquito de sangre, que va buscado el rastro para lograr más y más, pero por entonces, ya solo manejaba la espada, y claro, llegó el segundo fracaso.
El foco se desvió hacia los logros, eso si, sin descuidar el buen ambiente a mi alrededor ya que esas cualidades están en mi naturaleza.
Eysenk diría que mis niveles de psicoticismo son muy bajos, Thurstone y Goldberg con su modelo de «Los 5 grandes» dirían que mi Coordialidad es muy alta, y Eneagrama, que tiendo al eneatipo 9, instinto social, que curiosamente lo llaman «El pacificador» y que con ese instinto, Claudio Naranjo lo llamó PARTICIPACIÓN.
Pero en esos momentos como dice esta herramienta, estaba en el 3 (el eneatipo al que se va el 9 en su mejores momentos), dejando atrás los miedos e inseguridades del eneatipo 6 (eneatipo al que se va el 9 en sus momentos de estrés), y claro, la sed de triunfo me embargaba.
Ojalá hubiera conocido el Eneagrama antes.
Hubiera evitado tensiones en mi familia, y también en mi cuerpo y en mi mente.
Familia y trabajo.
¿Todo se puede? Quizá no.
O quizá si. Pero en equilibrio. Ni me da igual el mundo, ni tengo frustración por no poder hacer nada. He ahí el dilema y al mismo tiempo la virtud.
Esta vez no dejé que me empujaran nuevamente hacia el fondo del barranco, me desperté antes, cual sonámbulo que de repente se ve en mitad del pasillo a oscuras, encendí la luz y comprendí que ninguno de los extremos de la goma elástica, eran buenos para un líder.
Para eso sirven los primeros fracasos, para que su aprendizaje haga que los segundos no sean tan duros, siempre y cuando lo entiendas como parte de tu camino y de tu evolución.
Después de 17 años ya dando vueltas por España, y casi una década dirigiendo equipos de todos los colores, algunos de ellos de alto rendimiento, poniendo en práctica cada vez con más seguridad, más equilibro y más foco el conocimiento técnico que iba perfeccionando a lo largo de los años, y sobre todo, de conocerme a mi mismo, mis virtudes y defectos, mi esencia y mis límites, mis luces y mis sombras, de conocer mis automatismos provocados por mis estrategias cognitivo-emocionales preferidas según mi predisposición biológica (genética), y de entender porqué repites compulsivamente esos automatismos para, en mi caso, ganarme el favor de la gente o mostrar una máscara de tranquilidad para que no noten que estás nervioso o para evitar los conflictos esperando que se resuelvan solos.
Al final de todo eso, existe una pequeña habitación al final de la escalera como reza el título de la obra teatral de Carole Fréchette, una habitación cerrada y oscura que ni siquiera sabías que existía y que ya iba siendo hora de abrir y airear.
Hay gente que nunca la abrirá.
Pero si sabes que existe, por lo menos tienes la decisión de abrirla o no.
Después de todo este periplo, sería egoísta no expresar mis opiniones personales sobre el liderazgo, poner algo de mi experiencia y reflexiones a vuestra disposición, pero en el fondo son solo eso, opiniones internas de mi manera de actuar, que por mucho que te cuente, solo servirán para alguien que le resuenen mis experiencias a la hora de afrontar el liderazgo, en estrés y en euforia.
Dicho esto, os hago partícipe de algunas de las conclusiones a las que he llegado:
Dedicado a los nuevos líderes de futuro.
Post Líder Coach ¿Conoces el estilo de mando del futuro?
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