En el mes de septiembre hice un examen. Uno de esos que añadía algún mérito más en mi profesión.
Lo típico de los exámenes, que si los nervios propios antes de sentarte en el pupitre asignado, que si los bolis encima de la mesa, que si los exámenes dados de la vuelta esperando el inicio…
En fin, que te voy a contar. Y gracias que no fui antes al baño para pintar la cerámica…
Total, que cuándo me puse delante del examen hice algo que acostumbro hace muchos años.
Ojo a la pedrá que tengo.
A la par que le daba la vuelta a la hojas de la prueba, le dije a mi secretario:
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—Haz lo que puedas con lo que sabes.
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No es que tuviera a un maromo al lado para que me hiciera el examen, nain. Es la denominación y rol que le he asignado a mi cerebro.
Lo mismo muy sano no estoy, que tampoco, pero a mi me sirve para quitar tensión al acto.
Ahí va la explicación.
Digamos que es como si yo no fuera mi cerebro y que él es algo que trabaja para mí, al igual que los pulmones, corazón y demás órganos y estructuras del cuerpo que me ha tocado.
Es curioso como funciona nuestra máquina de pensar. Tenemos redes neuronales compuestas por millones de conexiones que conectan todas las áreas cerebrales.
Estas redes hacen que, de manera involuntaria, prestemos atención al entorno y reaccionemos en consecuencia.
Digamos que el cerebro trabaja por su cuenta para optimizar tu experiencia terrestre, conectando ideas en el garaje de la mente para que puedas idear tu Mac. Lo que pasa es que, normalmente, solo vemos el resultado en forma de Eureka y no conocemos los procesos.
También hace una cosa muy curiosa que si pones en práctica te puede cambiar la vida.
Perdón por la frasecita a lo Tony Robbins o a lo vendehúmos, lo sé, pero es lo que creo por experiencia propia.
Esta función es algo más voluntaria aunque no plenamente consciente.
Te cuento.
El cerebro te propone un pensamiento en una situación concreta, ya que es el que con más probabilidad vas a utilizar.
Como si tu compañero de trabajo te dice:
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—Aquí tienes el informe para la reunión de hoy.
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Tu compañero te ofrece esa ayuda porque es una situación que se da todos los días.
Traducido a nuestros pensamientos, nuestro cerebro nos diría:
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—Cucha, comprueba que has cerrado el coche.
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Tú le prestas atención a la información, le haces caso y con las mismas te das media vuelta para presionar el cierre en el mando. Y como esa situación ocurre todos los días, tu cerebro te sigue ofreciendo ese pensamiento.
Hasta aquí, ni tan mal. Pero ahora viene cuando tú ya no quieres su ayuda porque te molesta que todos los días te lo diga.
Vamos a ello.
Esto es un ciclo en el que hay que ir poco a poco. Te lo pongo por pasos que es muy de artículos.
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1º Desapegarse del cerebro.
Tú eres otra cosa diferente a tu cerebro. Digo cosa para que tú le pongas el nombre que quieras.
Él te ayuda, tú mandas.
Así que, que no se flipe, mantén el control sobre los pensamientos siempre.
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2º Entender como nos ayuda el cerebro.
Incluso en nuestros TOCs y obsesiones nos ofrece el pensamiento que más utilizamos. ¿Pero por qué? Porque le prestamos atención.
Vamos, que si no quieres pensar en algo, como le estás prestando atención, el cerebro cree que sigue siendo importante. Lo hace con situaciones positivas o negativas.
Es la explicación al ejemplo trillado de:
—No pienses en nosequé rosa.
Funciona al igual que si te digo que no pienses en una hamburguesaca del Goiko —o del Vicio— como lo que te conté en el artículo El Vicio de Goico. Esto los publicistas lo saben y le dan duro a tu cerebro sin que te des ni cuenta.
Digamos que al cerebro le da igual si es bueno, malo o regular, allí estará la masa en forma de nuez para ofrecerte pensamientos.
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3º Decidir no prestarle atención.
Con el ejemplo de nuestro compañero sería algo así:
—No, gracias Jose Luis, hoy no necesito el informe.
Tu compañero, extrañado, se irá ese día, pero al siguiente te dirá:
—¿Y hoy?
A lo que contestarás: —Hoy tampoco Jose Luis.
Al cabo de unos días, Pepelu pasará de darte el informe sin preguntar.
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En el caso de cerrar el coche sería lo mismo.
Presta atención solo cuando cierras, diciendo en voz alta: —¡Cerrado!
Si lo dices, mejor. Así facilitas el proceso en el cambio de hábito.
Y cuando el secretario te proponga volver a cerrar le dices que gracias por la info, pero que no necesitas hacerlo. Esto no lo digas, por si hay vecinos cerca más que nada…
Te dará el coñazo algún día más, pero al entender que es algo que tienes controlado, pasará de ofrecerte esa ayuda.
Dejar de prestar atención a pensamientos negativos, diciéndole al secretario no gracias y no luchando contra ellos, hará que se debiliten hasta que desaparezcan.
Pues hoy hasta aquí.
Pasa buen día y suscríbete abajo si quieres conocer más jaleos de nuestro comportamiento.
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Un abrazo fuerte
Tony
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PD1: Aprobé el examen. Si no lo hubiera aprobado, a otra cosa.
Como en el artículo SIN MÁS.
PD2: Yo soy muy de chistes chorras, aunque los cuento con menos gracia que Pedro Reyes. Ahí va uno relacionado con el tema:
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—Doctor, voy mejor con mi COT.
—Será su TOC, señor Martínez.
—Es que he ordenado las letras por orden alfabético, como debe ser…
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PD3: Puedes comentar el artículo con lo que piensas (o lo que piensa tu cerebro).
Incluso contar algún chiste chorra.
Por cierto, también el cerebro puede ser tu secretaria, y lo puedes imaginar como una persona, un animal, un elfo, Mickey Mouse o lo que te dé la gana. Las visualizaciones siempre ayudan en el proceso de cambio.
Sé amable con el secretario y no luches en contra de tus pensamientos.
Sé firme para ser libre en tus decisiones, con su ayuda, pero decide tú.
Y por último, y tal y como reza la foto de este artículo:
Mantén la calma, tu eres el jefe o la jefa. O como dice el Chojin en la canción No encajo:
—Mi mente es mi Reino.
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